Pero no todas las luciérnagas estaban contentas, una de ellas, la más
pequeña, se negaba a salir del lampati para volar. Se quería quedar en casa día
tras día y pese a que toda su familia la intentaba convencer, ella no quería le
dijesen lo que dijesen.
Toda su familia se la miraba preocupada, sobre todo sus padres:
- ¿Por qué nuestra hija no vuela con nosotros? Me gustaría que volara con nosotros y no se quedara en casa – decía su madre.
- Tranquila, verás como dentro de poco se le pasa y volará con nosotros – la calmaba su padre.
- ¿Por qué nuestra hija no vuela con nosotros? Me gustaría que volara con nosotros y no se quedara en casa – decía su madre.
- Tranquila, verás como dentro de poco se le pasa y volará con nosotros – la calmaba su padre.
Pero pasaron los días y la pequeña luciérnaga seguía sin querer salir
del árbol lampati.
Una noche, con todas las luciérnagas poblando el cielo nocturno del bosque, su abuela se quedó en el árbol para hablar con ella. Con su delicada voz le dijo a su nieta:
- ¿Qué te pasa, mi niña? Nos tienes preocupados a todos, ¿Por qué no sales con nosotros por la noche a divertirte volando?
- No me gusta volar – respondió tajante la pequeña
- Somos luciérnagas, es lo que hacemos mejor. ¿No quieres volar mostrando tu luz e iluminando la noche? – le insistió la abuela.
- La verdad es que… Lo que me pasa es que… – comenzó a explicar la pequeña – Tengo vergüenza. No tiene sentido que ilumine nada si la luna ya lo hace. No me podré comparar nunca ella, soy una chispa diminuta a su lado.
Una noche, con todas las luciérnagas poblando el cielo nocturno del bosque, su abuela se quedó en el árbol para hablar con ella. Con su delicada voz le dijo a su nieta:
- ¿Qué te pasa, mi niña? Nos tienes preocupados a todos, ¿Por qué no sales con nosotros por la noche a divertirte volando?
- No me gusta volar – respondió tajante la pequeña
- Somos luciérnagas, es lo que hacemos mejor. ¿No quieres volar mostrando tu luz e iluminando la noche? – le insistió la abuela.
- La verdad es que… Lo que me pasa es que… – comenzó a explicar la pequeña – Tengo vergüenza. No tiene sentido que ilumine nada si la luna ya lo hace. No me podré comparar nunca ella, soy una chispa diminuta a su lado.
Su abuela la miraba con ojos enternecidos escuchándola atentamente, cuando
su nieta hubo acabado la consoló con una sonrisa que la tranquilizó:
- Niña mía, si salieras con nosotros verías algo que te sorprendería. Hay cosas de la luna que aún no sabes…
- ¿Qué es lo que no sé de la luna que todos sabéis? – preguntó la luciérnaga pequeña con curiosidad.
- Niña mía, si salieras con nosotros verías algo que te sorprendería. Hay cosas de la luna que aún no sabes…
- ¿Qué es lo que no sé de la luna que todos sabéis? – preguntó la luciérnaga pequeña con curiosidad.
- Pues que la luna no siempre brilla de la misma forma. Depende de la noche
brilla entera o la mitad. Incluso hay días que sólo brilla una pequeña parte o
se esconde y nos deja todo el trabajo a nosotras las luciérnagas.
- ¿De veras? ¿Hay días que no sale? – preguntó la pequeña con la boca
abierta por la sorpresa.
- Te lo prometo querida nieta – le siguió explicando -. La luna cambia constantemente.
- Te lo prometo querida nieta – le siguió explicando -. La luna cambia constantemente.
Hay veces que crece y otras que se hace pequeña. Hay noches en que es
enorme, de color rojo, y otros días en que se hace invisible y desaparece entre
las sombras o detrás de las nubes. En cambio tú, pequeña luciérnaga, siempre
brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.
Y ésa misma noche, la pequeña luciérnaga salió convencida del lampati con
toda su familia a iluminar la noche mientras miraba la luna con una sonrisa de
oreja a oreja.
Un buen mensaje que como maestros/as o padres/madres deberíamos darle a los/as niños/niñas:
"Brilla con tu luz. Ve por la vida con paso firme, cree en tus propias ideas, instinto y sensaciones. Escucha los consejos de los demás, pero arriésgate a tomar tu propio camino".
¡¡¡Que cada uno de nosotros pueda
brillar con su luz propia!!!